Rose y la sublimación
ante la muerte
Por
Adela Salinas
“Nací
de una contradicción”, dice Rose, mujer judía de ochenta años que recapitula su
vida mientras realiza una Shivá sobre una banca de madera.
Rose
se dirige a sus visitantes, con sus ojos puestos en la nostalgia y también en
el horror; su voz, pausada, ahogada de vez en vez por una enfermedad
respiratoria, expresa su desencanto por la vida y por la muerte.
Y
lo hace durante la Shivá, tercera etapa de duelo dentro de la tradición judía,
en la que, después de la Aninut (periodo de desesperación y desconcierto
mental) y la Lamentación (llanto por el difunto), ya puede hablar de su pérdida
ante las personas que llegan a su casa.
Esas
personas somos nosotros, los espectadores, quienes alternamos entre un silencio
solemne y un estallido de carcajada a medida que transcurre el relato de Rose
en la obra del mismo nombre (escrita por el dramaturgo norteamericano Martin
Sherman), que se presenta en el Foro La Gruta del Centro Cultural Helénico, bajo
la dirección de Sandra Félix y la actuación de Amanda Schmelz.
Será
porque Rose creció al lado de una madre tan endurecida por la vida que no le
dio contacto, y un padre que vivió enfermo de quién sabe qué (ni ella lo sabe);
será que nació en Ucrania y vivió en Varsovia antes de la guerra y luego sufrió
el holocausto, y será que la tierra prometida parece nunca haber llegado a sus
piés, que Rose hace un llamado a la muerte… porque para ella “morir sería un
alivio”, pues en vida no encontró más que guerra y dolor, y cargó con la enorme
culpa de haberse sentido incapaz de salvar a su hija de la muerte.
De
esta forma, Rose, sobre la banca de la que no se levanta, porque dentro de su
originalidad, está arraigada a su tradición, cuestiona la condición humana tan
llena de odio y un permanente sentido de destrucción. Hace un llamado al amor y
a la congruencia, pues la guerra le parece absurda. De pronto, coqueta, incluso
erótica, evoca los más gratos recuerdos al lado de sus amantes y luego, cambia al tema de Dios, de quien duda, aunque termina por evocarlo siempre, en cada Shivá que ha hecho
por sus muertos. Esta vez, la Shivá está dedicada a una niña palestina de nueve
años que murió por una bala que la dejó “a la mitad de un pensamiento”. Los
temas van y vienen, en ese orden desordenado, en ese desorden ordenado, tan
natural como la mente acostumbra hilvanar los recuerdos y la imaginación.
En
el transcurso de tres horas, los espectadores, a la luz de las reflexiones de
esta mujer octogenaria, tan contrastante, sabia e inocente a la vez, entramos
en el vértigo de la conciencia previa a la muerte misma, y, con el cambio
repentino de peinado que realiza durante su relato (el peinado personifica el tiempo
y marca un gran movimiento escénico), nos instala en todas las etapas de su
vida.
Rose
tiene la capacidad de hacernos llorar y reír al mismo tiempo y con la misma
intensidad. Su suave presencia es depositaria de la esperanza, aún dentro de la
gran tragedia de la vida. La tragedia es el desencuentro, la guerra, la
fragmentación de las sociedades, la discriminación, el odio, la represión y la
muerte violenta. Todos estos temas tan vigentes en el mundo entero y en todos los tiempos.
Su
voz, sus palabras y sus tonos son pantallas vivas, a todo color. Uno no puede
dejar de ver lo que ella dice. Y uno deja de ser ajeno e indiferente. Rose nos
confronta, nos da conciencia y nos invita a pensar profundamente.
Su
desarraigo tan sufrido es, sin embargo, fuente de gran cultura aún sin que ella
misma lo sepa y eso es justamente lo que la arraiga. Es el móvil de la historia
que cuenta. Las numerosas tierras que ha pisado con su respectivo drama, la han
hecho vivir desde la pobreza hasta la riqueza extrema, porque además fue la
dueña del hotel más famoso de Miami Beach de principios del siglo XXI y también
lo presume, esta vez como niña traviesa.
Hoy
por hoy Rose es una obra muy pertinente para entender el origen y el ejercicio
de la violencia física, psicológica y espiritual que se ha ejercido desde
tiempos inmemoriales, pero nos muestra la realidad de una mujer que ha
trascendido el odio, la discriminación hacia las mujeres, el miedo a la muerte,
se ha reconciliado con la vida, ha sabido discernir y depurar, ha sabido
perdonar, ha sabido amar y precisamente por eso, termina por morir en paz,
aunque eso sí: muere igual que la niña palestina, a la mitad de un pensamiento.
Sandra Felix, la directora de Rose, estudió dirección escénica con Ludwik Margules y pedagogía
teatral con Luis de Tavira. Ha dirigido más de 30 puestas en escena, entre las
cuales está: Este paisaje de Elenas, Polvo de Mariposas, Feliz Nuevo Siglo Doktor Freud y Encuentro de claridades. Ha dirigido para la Compañía Nacional de
Teatro El caso Romeo y Julieta y Conferencia bajo la lluvia (monólogo de
Juan Villoro). Es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte.
Amanda Schmelz, alumna de Raúl Quintanilla, Luis de
Tavira, Keis Mais, Jesusa Rodríguez y Omar Argentino, ha trabajado en obras
como Las brujas de Salem, Otra paz, otra luna, los ladrones de Schiller, Lluna, Para soñar que no estamos huyendo y Simulacro de Idilio.
Rose se
presenta en el Foro La Gruta del Centro Cultural Helénico los martes a las
20:00 horas. Estará hasta el 28 de abril.
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