miércoles, 18 de febrero de 2015

Rose, obra de teatro

Rose y la sublimación ante la muerte

                                                                  Por Adela Salinas

“Nací de una contradicción”, dice Rose, mujer judía de ochenta años que recapitula su vida mientras realiza una Shivá sobre una banca de madera.
Rose se dirige a sus visitantes, con sus ojos puestos en la nostalgia y también en el horror; su voz, pausada, ahogada de vez en vez por una enfermedad respiratoria, expresa su desencanto por la vida y por la muerte.
Resultado de imagen para rose obra de teatroY lo hace durante la Shivá, tercera etapa de duelo dentro de la tradición judía, en la que, después de la Aninut (periodo de desesperación y desconcierto mental) y la Lamentación (llanto por el difunto), ya puede hablar de su pérdida ante las personas que llegan a su casa.
Esas personas somos nosotros, los espectadores, quienes alternamos entre un silencio solemne y un estallido de carcajada a medida que transcurre el relato de Rose en la obra del mismo nombre (escrita por el dramaturgo norteamericano Martin Sherman), que se presenta en el Foro La Gruta del Centro Cultural Helénico, bajo la dirección de Sandra Félix y la actuación de Amanda Schmelz.
Será porque Rose creció al lado de una madre tan endurecida por la vida que no le dio contacto, y un padre que vivió enfermo de quién sabe qué (ni ella lo sabe); será que nació en Ucrania y vivió en Varsovia antes de la guerra y luego sufrió el holocausto, y será que la tierra prometida parece nunca haber llegado a sus piés, que Rose hace un llamado a la muerte… porque para ella “morir sería un alivio”, pues en vida no encontró más que guerra y dolor, y cargó con la enorme culpa de haberse sentido incapaz de salvar a su hija de la muerte.
De esta forma, Rose, sobre la banca de la que no se levanta, porque dentro de su originalidad, está arraigada a su tradición, cuestiona la condición humana tan llena de odio y un permanente sentido de destrucción. Hace un llamado al amor y a la congruencia, pues la guerra le parece absurda. De pronto, coqueta, incluso erótica, evoca los más gratos recuerdos al lado de sus amantes y luego, cambia al tema de Dios, de quien duda, aunque termina por evocarlo siempre, en cada Shivá que ha hecho por sus muertos. Esta vez, la Shivá está dedicada a una niña palestina de nueve años que murió por una bala que la dejó “a la mitad de un pensamiento”. Los temas van y vienen, en ese orden desordenado, en ese desorden ordenado, tan natural como la mente acostumbra hilvanar los recuerdos y la imaginación.
En el transcurso de tres horas, los espectadores, a la luz de las reflexiones de esta mujer octogenaria, tan contrastante, sabia e inocente a la vez, entramos en el vértigo de la conciencia previa a la muerte misma, y, con el cambio repentino de peinado que realiza durante su relato (el peinado personifica el tiempo y marca un gran movimiento escénico), nos instala en todas las etapas de su vida.
Rose tiene la capacidad de hacernos llorar y reír al mismo tiempo y con la misma intensidad. Su suave presencia es depositaria de la esperanza, aún dentro de la gran tragedia de la vida. La tragedia es el desencuentro, la guerra, la fragmentación de las sociedades, la discriminación, el odio, la represión y la muerte violenta. Todos estos temas tan vigentes en el mundo entero y en todos los tiempos.
Su voz, sus palabras y sus tonos son pantallas vivas, a todo color. Uno no puede dejar de ver lo que ella dice. Y uno deja de ser ajeno e indiferente. Rose nos confronta, nos da conciencia y nos invita a pensar profundamente.
Su desarraigo tan sufrido es, sin embargo, fuente de gran cultura aún sin que ella misma lo sepa y eso es justamente lo que la arraiga. Es el móvil de la historia que cuenta. Las numerosas tierras que ha pisado con su respectivo drama, la han hecho vivir desde la pobreza hasta la riqueza extrema, porque además fue la dueña del hotel más famoso de Miami Beach de principios del siglo XXI y también lo presume, esta vez como niña traviesa.
Hoy por hoy Rose es una obra muy pertinente para entender el origen y el ejercicio de la violencia física, psicológica y espiritual que se ha ejercido desde tiempos inmemoriales, pero nos muestra la realidad de una mujer que ha trascendido el odio, la discriminación hacia las mujeres, el miedo a la muerte, se ha reconciliado con la vida, ha sabido discernir y depurar, ha sabido perdonar, ha sabido amar y precisamente por eso, termina por morir en paz, aunque eso sí: muere igual que la niña palestina, a la mitad de un pensamiento.

Sandra Felix, la directora de Rose, estudió dirección escénica con Ludwik Margules y pedagogía teatral con Luis de Tavira. Ha dirigido más de 30 puestas en escena, entre las cuales está: Este paisaje de Elenas, Polvo de Mariposas, Feliz Nuevo Siglo Doktor Freud y Encuentro de claridades. Ha dirigido para la Compañía Nacional de Teatro El caso Romeo y Julieta y Conferencia bajo la lluvia (monólogo de Juan Villoro). Es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte.
Amanda Schmelz, alumna de Raúl Quintanilla, Luis de Tavira, Keis Mais, Jesusa Rodríguez y Omar Argentino, ha trabajado en obras como Las brujas de Salem, Otra paz, otra luna, los ladrones de Schiller, Lluna, Para soñar que no estamos huyendo y Simulacro de Idilio.
Rose se presenta en el Foro La Gruta del Centro Cultural Helénico los martes a las 20:00 horas. Estará hasta el 28 de abril.



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